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Como en uno de sus sueños, Ricardo debe enfrentarse a un verdadero pistolero. No en una calle polvorienta del Far West, sino en algún callejón oscuro de San Pedro. No han concertado una cita, pero ambos saben que el duelo se realizará. Como en una película del Oeste: ambos no caben de este lado del Pecos.

A Arrate le contratan para un fin de semana en una mansión de la costa. Al parecer; o eso le dicen; debe ser el objeto de los celos de un pretendiente. No lo ve nada claro, pero acepta. El asunto se va complicando, y resulta uno de sus casos. Hay muertos, y él está en medio, como siempre.

El obispo de Villegas es asesinado, en San Pedro. El arzobispado logra que los medios digan que murió de un ataque al corazón. El secretario de su ilustrísima se pone en contacto con Arrate, para que investigue la muerte. Que lo haga sin meter ruido, y que el resultado no llegue a la prensa, y ni siquiera a la policía. El mismo presidente apoya que todo se lleve en el más completo sigilo. Le repiten, hasta la saciedad, que con total discreción.

Los que secuestraron a la esposa del íntimo amigo de Arrate, no tenían ni idea de lo que les podía pasar. Lo fueron descubriendo poco a poco, hasta que ya daba igual que lo supiesen como no, porque estaban muertos.

En realidad, la viuda negra no asesina a su pareja. El macho muere porque se retira, abruptamente, al terminar la cópula. Se le quiebra el aparato reproductor, y eso le produce el fallecimiento. Lo que es bien cierto es que la hembra lo devora. No sucede tanto, en esta novela, pero él fallece. Ricardo realiza, en este caso, una investigación paso a paso, aplicando el dicho: por el hilo se saca el ovillo.

A Ricardo Arrate le llega una señora, con una terrible sospecha: le preocupa que su esposo sea un asesino. El orate toma el caso, porque le parece interesante. Va encontrando que, en torno al hombre, hay muerte. Como el caballo de Atila: donde pisaba, no crecía la hierba.

A Ricardo lo requieren para resolver un asesinato. No resulta nada raro que maten a alguien, en este mundo de locos. Pero sí que la víctima se crea vampiro, y el homicida: uno de los iluminados que limpian el mundo de maldad, por mandato divino. Los vampiros, o los que así se creen, asisten a un club muy especial. Arrate se quedará asombrado, ya que es mucho más extraño que otros sitios que ha conocido. Piensa que vive dentro de una película de Drácula.

Asesinato en un hotel. Todo el mundo parece culpable, pero tienen coartadas. Todos mienten, pero el policía los va descubriendo poco a poco.

Existe un espacio en el cerebro en el que guardamos los recuerdos. Si consideramos este espacio como un disco de computadora, ¿qué podría ocurrir si trasplantamos esa sección del cerebro a otro ser? ¿Tendría el receptor los recuerdos de su donante? ¿Se borrarían, al cambiar de propietario, y éste debería acumular los suyos propios? Si algún día es posible trasplantar cerebros, quizá lo sepamos. Mientras, supongamos que… ¿por qué no?

La mujer del César no sólo debe ser honesta sino además parecerlo. Esa famosa frase nos indica que no es suficiente con ser inocente de un crimen, sino que hay que evitar que otros te crean culpable. En esta novela se necesita un culpable, y puede ser aquel que no tenga sólida coartada. Y mucho más quien haya tenido contacto reciente con la víctima. Por tanto, si no puedes demostrar tu inocencia, “te urge un culpable”.

Jenny le pide a Ricardo un gran favor. Quiere que investigue el asesinato de un sacerdote, en un pueblo remoto. Cerca de esta localidad se halla el convento al que pertenece su tía, la monja. La religiosa apreciaba mucho al presbítero, y, cuando la policía no hizo nada, pensó que se necesitaba alguien que le pusiese dedicación al caso. Se lo pidió a la sobrina, pero la agencia federal no quiso encargarse de ese asunto. ¿Quién podía ser?

Se cometen varios secuestros en San Pedro. En un principio, solamente hay algunas denuncias, en Personas Desaparecidas. Extrañamente, nadie pide rescate. Incluso intentan secuestrar a una indigente. No se entiende lo que sucede, a no ser que sea venta de órganos. No es eso, pero…

Ricardo Arrate tiene un caso en un club al que acuden viudas. Han asesinado a dos de ellas, en sendos fines de semana. Salieron solas; y las encontraron en callejones oscuros, acuchilladas. Les robaron. Pero es mucha casualidad, que les sucediese lo mismo a ambas. Como Arrate estuvo, en una ocasión, y conoció a la presidenta, ella va a buscarlo, para contratarlo. Las socias han hecho una colecta. Están muertas de miedo. Ricardo les dice que les hará una rebaja, en los honorarios, porque le interesa el caso.

Arrate fue herido, y llevado a un hospital. Según el doctor, deberá permanecer una semana en cama. Eso, para él, es como una condena de diez años en prisión.Y ya que no tiene nada que hacer, comienza a recordar casos.

Ricardo obtiene un caso que parece muy claro: un fulano contrata a alguien para que liquide a su esposa. La policía opina eso, así como la madre de la asesinada; suegra, por ende, del que pagó el crimen. Pero no lo pueden demostrar. La señora le pide, a Arrate, que busque la manera de aclarar si el yerno fue el autor intelectual. Ella está segura, pero al policía: no. Es complicado encontrar a un asesino a sueldo. Pero Ricardo lo intentará. Tal vez pueda dar con algo que involucre al yerno.

En esta ocasión, a Arrate le encargan investigar un caso de asesinato. Se trata de un profesor de la Universidad Nacional de San Pedro. Mientras indaga, muere otra persona, en el mismo sitio, aunque de forma diferente. Poco a poco, Ricardo va tirando del hilo, para llegar a la madeja.

Alguien mata, y castra, a guapos jóvenes. O no tan guapos; pero bien vestidos, oliendo a dinero o éxito, que acuden a lugares exclusivos. El asesino se lleva los trofeos. A Ricardo lo contrata el hermano de uno de ellos, para dar con el asesino. Y el detective se sumerge en el mundo del ligue, de los elegantes, guapos, modelos…

Tras la desaparición de un sacerdote, el párroco acude a Arrate, para que investigue, y lo encuentre, a ser posible. Al detective no le gusta mucho meter sus narices en asuntos de La Iglesia, pero accede porque se lo pide su primo. Por ello, se sumerge en un mundo de curas nada castos, amantes, poder y basura.

A la policía de San Pedro le llegó una nota, en la que ponía que una mujer estaba emparedada en una casa vieja, que iban a derruir. Acudieron a verificar, y encontraron un cadáver, detrás de un panel de madera, que se removió, para luego volverlo a clavar.

Tras un caso resuelto, un cliente satisfecho recomendó a Arrate con un amigo, otro adinerado. Y éste le encarga el caso de su hija desaparecida. Lo único que sabe es que se unió a una secta. Un día, un conocido la vio con varios hippies. Tras esto, el padre ya no confía en la policía, y contrata a Ricardo. A la vez, suceden algunos extraños asesinatos. Arrate no lleva esos casos, hasta que algo le sale al paso.