Entre lianas y serpientes Audiolibro Por Andrés Monroy Villarroel arte de portada

Entre lianas y serpientes

Coaching y PNL en acción

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Entre lianas y serpientes

De: Andrés Monroy Villarroel
Narrado por: Virtual Voice
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Este título utiliza narración de voz virtual

Voz Virtual es una narración generada por computadora para audiolibros..

Acerca de esta escucha

En 1995 Daniel Goleman12 puso sobre el tapete algo que ya se sabía pero que no se había hecho público: la inteligencia emocional precede al intelecto, a la razón y a la lógica. Su libro causó tanto impacto, que hoy, casi veinte años después, sigue estremeciendo los viejos paradigmas que aun se resisten a cambiar. Lo que hizo Goleman, apoyándose en los trabajos de investigadores como Carl Roger, Joseph LeDoux, Antonio Damasio, entre otros, fue una labor de investigación profunda que lo llevó a desentrañar estratos de nuestra historia evolutiva perdidos en el tiempo, que revelan lo que algún día fuimos y que dejamos de ser: una especie que vivía sus emociones como instrumento de socialización y de supervivencia. La solidaridad grupal, vital en esos lejanos tiempos, era, y es, producto de la capacidad innata del ser humano para generar empatía, y con esta la compasión, el acompañamiento, y el apoyo al prójimo en toda circunstancia, pues no existiendo aun el lenguaje hablado, la palabra, la comunicación se estructuraba sobre símbolos y señas compartidas por el clan, todas ellas expresiones emocionales que reflejaban el sentir de cada miembro. Evolutivamente, el cerebro reptil (paleo cerebro, instintivo por naturaleza) precedió al cerebro emocional (cerebro límbico), y este a su vez se desarrolló mucho antes que la nueva corteza. Así pues, al hecho de emocionarnos se sumó una estructura pensante, que en conjunto constituyen al homo sapiens que somos hoy; de esta forma aprendimos a tomar decisiones razonadas aprovechando el impulso de la emoción subyacente. Así es: primero nos emocionamos y luego tomamos decisiones, actuamos, de otra forma hubiese sido imposible mantenernos en el último eslabón de la cadena alimenticia. Hoy, cientos de miles de años después, la estructura cerebral se ha desarrollado, somos más inteligentes, pero quizá a un precio muy alto, la gruesa capa del neo cortex parece cubrir, como en efecto lo hace, nuestro ser emocional primigenio, esencial, confinándolo a su mínima expresión. Obviamente, la forma de comportarnos hoy no es un hecho fortuito, ni repentino, es el resultado de todo un tinglado cultural que se remonta desde la historia antigua hasta nuestros días, pasando por los postulados de Descartes, y los maravillosos vericuetos matemáticos de Newton y su universo mecánico. El velo de la razón cubrió la magia de la emoción. Tan cierto es esto que hoy se llega a predecir la inteligencia de una persona, y el éxito que tendrá, mediante un artilugio (¡racional!) llamado Coeficiente de Inteligencia, la que de por si representa una sentencia adelantada, un determinismo inaceptable, que separa a los que tienen una puntuación por encima de los ciento veinte puntos (seres privilegiados), de los que tienen menos de cien puntos (los menos afortunados), ¿Es posible una cosa más descabellada que ésta?, cuando es por todos sabido que excelentes calificaciones en la universidad no es directamente proporcional al éxito futuro de la persona en su vida profesional , social o familiar. Pero bien lo dijo Einstein, es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio. A la luz de lo expuesto por infinidad de investigaciones en el campo de las neurociencias en los últimos veinte años, no cabe la menor duda de la importancia de las emociones y el emocionar en el desempeño de nuestro día a día, que debe llevarnos a rescatar esa parte extraviada (no perdida) de nosotros mismos.
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