
España va a pasar a Japón en esperanza de vida
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En el pasado, eran las élites las únicas que se preocupaban por esos aspectos. Con expectativas de vida que rondaban los 30 años, la gente bastante tenía con sobrevivir, como para pensar en vivir más tiempo. La muerte era omnipresente. A cambio, contaban con las diferentes religiones, que con sus promesas de vida eterna o reencarnación, desplazaban el anhelo de longevidad al plano espiritual.
La promesa de vida eterna también se materializaba en el pasado en símbolos como la fuente de la eterna juventud, que obsesionó a todo tipo de exploradores y conquistadores, como Juan Ponce de León, que recorrió la actual Florida en busca de este elixir mágico con propiedades rejuvenecedoras, inspirado en leyendas indígenas. O la piedra filosofal, codiciada por los alquimistas medievales como llave para la inmortalidad (y para convertir cualquier metal en oro).
El punto de inflexión se alcanzó en el siglo XIX, cuando los avances médicos, el agua potable, el alcantarillado y la higiene empezaron a elevar la esperanza de vida de las personas. Ya no eran leyendas, ni mitos, ni exploradores recorriendo la selva, ni fórmulas escritas en pergaminos polvorientos. Era una realidad.
En el siglo XX, gracias a la medicina moderna, las vacunas, la cirugía, los antibióticos, los avances en nutrición... la esperanza de vida se disparó. Y el objetivo ya no era solo vivir más, sino vivir mejor.
Y llegamos a nuestros días, en el que la vida eterna, o al menos muy longeva, se ha convertido en una opción realista. La biotecnología, la inteligencia artificial, los avances médicos, pero sobre todo el conocimiento sobre nutrición, ejercicio o sueño, nos permiten pensar en vivir, vivir bien, más de 100 años.
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