Había una vez...Un cuento, un mito y una leyenda Podcast Por Juan David Betancur Fernandez arte de portada

Había una vez...Un cuento, un mito y una leyenda

Había una vez...Un cuento, un mito y una leyenda

De: Juan David Betancur Fernandez
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Acerca de esta escucha

Este podcast está dedicado a los cuentos, mitos y leyendas del mundo.© 2025 Había una vez...Un cuento, un mito y una leyenda Ciencias Sociales Literatura y Ficción Mundial
Episodios
  • 663. Kautaluk (Inuit)
    May 24 2025

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    Juan David Betancur Fernandez
    elnarradororal@gmail.com

    Había una vez En un rincón remoto de la costa ártica, donde el hielo se extiende hasta el horizonte y el viento canta canciones antiguas entre los témpanos, una anciana inuit con su nieto, Kautaluk. El muchacho era huérfano: sus padres habían muerto en una tormenta de nieve, y desde entonces, solo el calor del cuerpo de su abuela lo protegía de las noches heladas.

    Vivían en un pequeño iglú, construido con esfuerzo y amor, pero sin pieles para abrigarse ni carne para alimentarse. A veces, los vecinos más compasivos les dejaban un trozo de grasa o un poco de pescado seco. Pero la mayoría del tiempo, Kautaluk y su abuela sobrevivían con lo que otros desechaban.

    Kautaluk era menudo, de mirada profunda y silenciosa. Algunos lo respetaban por su dignidad, pero muchos lo despreciaban por su debilidad. Los niños lo empujaban, los adultos lo ignoraban. A veces, cuando entraba en un iglú, alguien lo levantaba del suelo tirándole de la nariz, como si fuera un muñeco. El dolor físico era fuerte, pero el desprecio dolía más.

    Una noche, tras regresar con el rostro enrojecido por las lágrimas y el frío, Kautaluk se acurrucó junto a su abuela. El silencio era absoluto. Entonces, una luz suave llenó el iglú. Una figura alta, envuelta en pieles de luz, apareció ante él: el Gran Espíritu de la Tierra.

    Kautaluk —dijo con voz como el crujido del hielo—, has soportado el dolor con humildad. Esta noche te doy un regalo: la fuerza de los glaciares, la voluntad del viento. Úsala con sabiduría.

    Y desapareció.

    Kautaluk no dijo nada. Esa misma noche, salió al exterior. El cielo estaba despejado, las estrellas titilaban como brasas. Caminó hasta donde yacían las piedras más grandes del campamento. Una a una, las levantó con facilidad y las arrojó contra los iglús de quienes lo habían humillado. Luego encontró un tronco gigantesco, arrastrado por el mar, y lo colocó frente a la entrada del iglú de su peor enemigo.

    Al amanecer, el poblado despertó en confusión. Nadie podía entender cómo habían llegado allí esas rocas y ese árbol. “¡Ningún ser humano podría haber hecho esto!”, murmuraban.

    Kautaluk solo observaba, en silencio.

    Días después, el Gran Espíritu volvió a visitarlo en sueños:

    Pronto vendrá una osa blanca con sus dos crías. Sus pieles os darán calor.

    Y así fue. Una mañana, una osa y sus cachorros fueron avistados en el hielo. Los cazadores corrieron con sus lanzas. Kautaluk, con las botas de su abuela, los siguió. Pronto los adelantó. Los hombres se burlaban:

    —“¡Ese pobre huérfano! ¡Lo van a devorar!”

    Pero Kautaluk no se detuvo. Con una fuerza sobrehumana, agarró a los osos por las patas y los golpeó contra el hielo. Murieron al instante. Los cargó sobre sus hombros y los llevó al iglú de su abuela. Los cazadores, atónitos, lo siguieron.

    Aquí hay comida para todos —dijo Kautaluk—, pero primero quitad las pieles. Mi abuela y yo haremos sacos de dormir.

    Los hombres obedecieron sin rechistar. Luego, Kautaluk repartió la carne entre todos. Por primera vez, fue invitado a cada iglú. Le ofrecieron los mejores trozos, pero él, con humildad, pidió solo los más duros, los que siempre había comido.

    Con el tiempo, Kautaluk deseó formar su propio hogar. Se enamoró de la hija de su peor perseguidor. Para asegurarse de que nadie volviera a humillarlo, hizo una última demostración de poder: colocó árboles gigantes contra los iglús de todos los que lo habían maltratado. Si se movían, serían aplastados.

    El miedo se apoderó del poblado. Pero Kautaluk, con calma, retiró los árboles uno por uno.

    No quiero venganza —dijo—. Solo justicia.

    A los

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  • 662. Tololo Pampa (Chile)
    May 21 2025

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    Juan David Betancur Fernandez
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    Habia una vez un camionero llamado elias que conducia por la ruta 5 de chile Era una noche sin luna cuando Elías Llevaba horas sin ver un alma, y el cansancio comenzaba a nublarle la vista. La ruta 5 es posiblemente la más importante de chile ya que atrevieza todo chile a lo largo. Son 3400 kilometros cruzando desde el sur de chile hasta las frontera con peru y Bolivia. Elias era un camionero ya curtido y había recorrido muchas veces esta ruta pero este día estaba especialmente cansado.

    De pronto, una bruma espesa descendió del cielo, cubriendo el camino. Al atravesarla, Elías vio algo imposible: una ciudad resplandeciente en medio del desierto. Pese a haber recorrido muchas veces esta ruta no recordaba esta ciudad y estaba absolutamente seguro de que seguía la ruta 5 como marcaban todas las señales de la carretera. Sin embargo esta ciudad estaba allí.

    Las calles estaban empedradas con piedras que brillaban como estrellas. Las casas, de arquitectura antigua, parecían sacadas de un cuento. Había música en el aire, risas, aromas de pan recién horneado y flores que no deberían crecer en ese lugar. Un cartel de hierro forjado colgaba sobre la entrada: "Bienvenido a Tololo Pampa".

    Elías, incrédulo, fue recibido por una mujer de ojos dorados y voz suave. “Has llegado en el momento justo”, le dijo. “Hoy celebramos el Festival de la Niebla”. Lo llevaron a una plaza donde danzaban figuras vestidas con trajes de siglos pasados. Comió, bebió, y rió como no lo hacía desde joven. Una joven de piel luminosa, que se presentó como Tololo, lo tomó de la mano y le mostró la ciudad. “Este lugar vive entre los sueños y el olvido”, le susurró. “Solo aparece cuando el mundo lo necesita”.

    Después de danzar y comer como nunca lo había hecho la mujer de nuevo lo tomo por la mano y lo llevo a una posada bien organizada y confortable y con olor a madera perfumada.

    Pero al despertar, Elias no entendía que había pasado. No se encontraba en ninguna posada y solo estaba en el desierto rodeado de soledad. todo había desaparecido. No había ciudad, ni calles, ni música. Solo el desierto, inmenso y silencioso. A su lado, sobre la arena, descansaba una pequeña caja de madera tallada con símbolos extraños. Dentro, una piedra que brillaba con la misma luz que las calles de la ciudad. Y a lo lejos ve caminado un gigantesco minero que se aleja de allí acompañado de aquella bella joven que lo había recibido la noche anterior.

    Extranado Elias continuo su viaje hasta la ciudad de Copiapo que se encontraba a menos de 50 kilometros de allí y al entrar se dirigió a un bar. Allí comento su experiencia del día anterior y todos en el bar lo tildaron de loco. Pero un señor de mucha edad se acercó a el y le dijo.

    Hijo mio has estado en Tololo Pampa. Ese pueblo existio hace muchos anos y desaparecio con todos sus habitantes en un aluvión de la montana .Mi abuelo me contó sobre ella y te puedo asegurar que solo se aparece a los viajeros de vez en cuando. El minero que viste se llama pata larga y es el guardián de la princesa Tololo pampa que da origen al nombre del pueblo fantasma. La leyenda dice que si alguien ve a Patalarga tendrá buena fortuna por el resto de la vida.

    Dicen que Tololo Pampa volverá a aparecer. Por ahora Muchos viajeros, mineros y habitantes del norte de Chile aseguran haber vivido esta experiencia. Algunos lo ven como un mito, otros como una advertencia, y unos pocos como una bendición. Lo cierto es que la leyenda sigue viva, transmitida de generación en generación, alimentando el misterio de un pueblo que aparece solo cuando el destino lo permite.

    En cuanto a Elias

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  • 661. El pajaro imposible (Mongolia)
    May 19 2025

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    Juan David Betancur Fernandez
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    Había una vez en Mongolia rey llamado Yerteger que se encontraba furiosos porque pese a que quería un pájaro ninguno de sus guardias y servidores había podido traer al palacio dicho pájaro maravilloso y a todos los que regresaban con las manos vacias los mandaba a asotar.


    Lo más sorprendente del pájaro era que no se ocultaba ni huía. Todos sabían exactamente dónde se encontraba. El camino para llegar a él no era sencillo, pero tampoco imposible. Consistía en ascender hasta la cima de una alta montaña. Allí, posado en la rama de un majestuoso pino, el pájaro cantaba y gorjeaba alegremente. Además, tenía la capacidad de hablar. No era la rapidez de sus alas lo que hacía tan difícil atraparlo, sino su extraordinaria inteligencia. Tantos habían intentado capturarlo que habían terminado por abrir un sendero en la vegetación de la montaña.

    El rey era joven y valiente.

    -No volveré a enviar a nadie -dijo a sus cortesanos. Estoy harto de escuchar excusas. Esta vez iré yo mismo a buscar ese famoso pájaro.

    Montando uno de sus mejores caballos, especialmente entrenado para trepar por los senderos montañosos, el rey llegó sin dificultad hasta el majestuoso pino milenario. El pájaro imposible no hizo el menor intento de escapar. Al contrario, se posó voluntariamente sobre el hombro de Su Majestad, quien se llenó de alegría al ver que lo había conseguido con tanta facilidad.

    -Muy respetado rey -dijo entonces el pájaro. Me has atrapado fácilmente. Y podrás llevarme a tu palacio sin dificultad, con tal de que cumplas una condición. Por el camino no debes hablar, ni suspirar, ni lanzar exclamaciones.

    l rey le pareció que cumplir con esa condición sería muy sencillo. Así que ambos comenzaron el descenso de la montaña. Durante el trayecto, el pájaro imposible empezó a narrar un cuento:

    Cuentan los que saben que en un país distante vivía un cazador junto a su madre y su fiel perro. Un día, mientras cazaba con su perro, se encontró con una carreta varada en el camino debido a un eje roto. Su dueño estaba muy preocupado, ya que el vehículo estaba cargado de joyas y monedas de oro y plata. No podía alejarse en busca de ayuda porque temía que alguien le robara sus valiosas pertenencias.

    —Usted parece una persona honesta —le dijo el dueño de la carreta al cazador—. Por favor, quédese aquí cuidando mi carreta mientras voy a la aldea a buscar a alguien que me ayude a repararla.

    El cazador aceptó y se quedó esperando junto a su perro. Sin embargo, las horas pasaban y empezaba a anochecer, pero el dueño de la carreta no regresaba. La madre del cazador era mayor y estaba enferma, por lo que el cazador tenía que volver para prepararle la comida.

    —Quédate aquí. No dejes que nadie se lleve ni una sola moneda —le dijo al perro—. ¡Y no te muevas hasta que yo vuelva!

    El perro, fiel y excelente guardián, cuidó de que el buey que arrastraba la carreta no se moviera del lugar y estuvo dando vueltas alrededor del vehículo durante horas, sin permitir que nadie se acercara.

    Mientras tanto, el dueño de la carreta, después de recorrer varias aldeas, finalmente encontró a alguien capaz de repararla. Cuando regresó, ya era de noche. Al ver al buen perro, se dio cuenta de que era un animal único. Muy agradecido, le puso unas cuantas monedas de plata en la boca para que se las llevara al cazador.

    El perro volvió alegremente a su casa y dejó las monedas a los pies de su amo. Pero el cazador se enfureció.

    —¡Te dije que cuidaras la carreta! ¡Y en lugar de eso, tú mismo has robado estas monedas! ¡Ahora verás!

    Tomando un palo, le dio al pobre animal una tremenda paliza

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