Buceando el Evangelio

By: Jesús Rodrigo Rodrigo
  • Summary

  • Podcast semanal donde se ofrece una reflexión al Evangelio de los Domingos y fiestas principales del calendario litúrgico.
    © 2025 Jesús Rodrigo Rodrigo
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Episodes
  • Bautismo del Señor: LLamada y Compromiso.
    Jan 9 2025
    Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! Hoy, al final del tiempo litúrgico de Navidad, celebramos la fiesta del Bautismo del Señor. La liturgia nos llama a conocer con más plenitud a Jesús, de quien recientemente hemos celebrado el nacimiento; y para ello, el Evangelio (cf. Lc 3, 15-16.21-22) ilustra dos elementos importantes: la relación de Jesús con la gente y la relación de Jesús con el Padre. En el relato del bautismo, conferido por Juan el Bautista a Jesús en las aguas del Jordán, vemos ante todo el papel del pueblo. Jesús está en medio del pueblo. No es solo un fondo de la escena, sino un componente esencial del evento. Antes de sumergirse en el agua, Jesús "se sumerge" en la multitud, se une a ella asumiendo plenamente la condición humana, compartiendo todo, excepto el pecado. En su santidad divina, llena de gracia y misericordia, el Hijo de Dios se hizo carne para tomar sobre sí y quitar el pecado del mundo: tomar nuestras miserias, nuestra condición humana. Por eso, hoy también es una epifanía, porque yendo a bautizarse por Juan, en medio de la gente penitente de su pueblo, Jesús manifiesta la lógica y el significado de su misión. Uniéndose al pueblo que pide a Juan el bautismo de conversión, Jesús también comparte el profundo deseo de renovación interior. Y el Espíritu Santo que desciende sobre Él "en forma corporal, como una paloma" (v.22) es la señal de que con Jesús comienza un nuevo mundo, una "nueva creación" que incluye a todos los que acogen a Cristo en su la vida. También a cada uno de nosotros, que hemos renacido con Cristo en el bautismo, están dirigidas las palabras del Padre: "Tú eres mi Hijo, el amado: en ti he puesto mi complacencia" (v. 22). Este amor del Padre, que hemos recibido todos nosotros el día de nuestro bautismo, es una llama que ha sido encendida en nuestros corazones y necesita que la alimentemos con la oración y la caridad. El segundo elemento enfatizado por el evangelista Lucas es que después de la inmersión en el pueblo y en las aguas del Jordán, Jesús se "sumergió” en la oración, es decir, en la comunión con el Padre. El bautismo es el comienzo de la vida pública de Jesús, de su misión en el mundo como enviado del Padre para manifestar su bondad y su amor por los hombres. Esta misión se realiza en una unión constante y perfecta con el Padre y el Espíritu Santo. También la misión de la Iglesia y la de cada uno de nosotros, para ser fiel y fructífera, está llamada a "injertarse" en la de Jesús. Se trata de regenerar continuamente en la oración la evangelización y el apostolado, para dar un claro testimonio cristiano, no según los proyectos humanos, sino según el plan y el estilo de Dios. Queridos hermanos y hermanas, la fiesta del Bautismo del Señor es una ocasión propicia para renovar con gratitud y convicción las promesas de nuestro Bautismo, comprometiéndonos a vivir diariamente en coherencia con él. También es muy importante, como os he dicho varias veces, saber la fecha de nuestro Bautismo. Podría preguntar: "¿Quién de vosotros sabe la fecha de su bautismo?". No todos, seguro. Si alguno de vosotros no la conoce, al volver a casa, que se lo pregunte a sus padres, a los abuelos, a los tíos, a los padrinos, a los amigos de la familia... Preguntad: "¿En qué día me han bautizado?". Y luego no os olvidéis de ella: es una fecha que se guarda en el corazón para celebrarla cada año. Jesús, que nos ha salvado no por nuestros méritos sino para actuar la inmensa bondad del Padre, nos haga misericordiosos con todos ¡Qué la Virgen María, Madre de la Misericordia, sea nuestra guía y nuestro modelo!
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    14 mins
  • Epifanía del Señor: Dejarnos guiar la por la Estrella del Dios que quiere ser nuestro eterno regalo.
    Jan 4 2025
    Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! Hoy, fiesta de la Epifanía del Señor, el Evangelio (cf. Mateo 2, 1-12) nos presenta tres actitudes con las cuales ha sido acogida la venida de Jesucristo y su manifestación al mundo. La primera actitud: búsqueda, búsqueda atenta; la segunda: indiferencia; la tercera: miedo. Búsqueda atenta: Los Magos no dudan en ponerse en camino para buscar al Mesías. Llegados a Jerusalén preguntan: «¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle» (v. 2). Han hecho un largo viaje y ahora con gran atención tratan de identificar dónde se pueda encontrar al Rey recién nacido. En Jerusalén se dirigen al rey Herodes, el cual pide a los sumos sacerdotes y a los escribas que se informen sobre el lugar en el que debía nacer el Mesías. A esta búsqueda atenta de los Magos, se opone la segunda actitud: la indiferencia de los sumos sacerdotes y de los escribas. Estos eran muy cómodos. Conocen las Escrituras y son capaces de dar la respuesta adecuada al lugar del nacimiento: «En Belén de Judea, porque así está escrito por medio del profeta»; saben, pero no se incomodan para ir a buscar al Mesías. Y Belén está a pocos kilómetros, pero ellos no se mueven. Todavía más negativa es la tercera actitud, la de Herodes: el miedo. Él tiene miedo de que ese Niño le quiete el poder. Llama a los Magos y hace que le digan cuándo había aparecido su estrella, y les envía a Belén diciendo: «Id e indagad […] sobre ese niño; y cuando le encontréis, comunicádmelo, para ir también yo a adorarle» (vv. 7-8). En realidad, Herodes no quería ir a adorar a Jesús; Herodes quiere saber dónde se encuentra el niño no para adorarlo, sino para eliminarlo, porque lo considera un rival. Y mirad bien: el miedo lleva siempre a la hipocresía. Los hipócritas son así porque tienen miedo en el corazón. Estas son las tres actitudes que encontramos en el Evangelio: búsqueda atenta de los Magos, indiferencia de los sumos sacerdotes, de los escribas, de esos que conocían la teología; y miedo, de Herodes. Y también nosotros podemos pensar y elegir: ¿cuál de las tres asumir? ¿Yo quiero ir con atención donde Jesús? «Pero a mí Jesús no me dice nada... estoy tranquilo...». ¿O tengo miedo de Jesús y en mi corazón quisiera echarlo? El egoísmo puede llevar a considerar la venida de Jesús en la propia vida como una amenaza. Entonces se trata de suprimir o de callar el mensaje de Jesús. Cuando se siguen las ambiciones humanas, las prospectivas más cómodas, las inclinaciones del mal, Jesús es considerado como un obstáculo. Por otro parte, está siempre presente también la tentación de la indiferencia. Aun sabiendo que Jesús es el Salvador —nuestro, de todos nosotros—, se prefiere vivir como si no lo fuera: en vez de comportarse con coherencia en la propia fe cristiana, se siguen los principios del mundo, que inducen a satisfacer las inclinaciones a la prepotencia, a la sed de poder, a las riquezas. Sin embargo estamos llamados a seguir el ejemplo de los Magos: estar atentos en la búsqueda, estar preparados para incomodarnos para encontrar a Jesús en nuestra vida. Buscarlo para adorarlo, para reconocer que Él es nuestro Señor, Aquel que indica el verdadero camino para seguir. Si tenemos esta actitud, Jesús realmente nos salva, y nosotros podemos vivir una vida bella, podemos crecer en la fe, en la esperanza, en la caridad hacia Dios y hacia nuestros hermanos. Invocamos la intercesión de María Santísima, estrella de la humanidad peregrina en el tiempo. Que con su ayuda materna, pueda cada hombre llegar a Cristo, Luz de verdad, y el mundo progrese sobre el camino de la justicia y de la paz.
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    12 mins
  • II Domingo Navidad: Vivir bajo la Luz del Niño Dios.
    Jan 2 2025
    Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! En este segundo domingo después de Navidad, la Palabra de Dios no nos presenta un episodio de la vida de Jesús, sino que nos habla de Él antes de que naciera. Nos retrotrae para revelar algo sobre Jesús antes de que viniera entre nosotros. Lo hace sobre todo en el prólogo del Evangelio de Juan, que comienza: «En el principio era el Verbo» (Jn 1,1). En el principio: son las primeras palabras de la Biblia, las mismas con las que comienza el relato de la creación: «En el principio creó Dios el cielo y la tierra» (Gn 1,1). Hoy el Evangelio dice que Aquel que hemos contemplado en su Natividad, como niño, Jesús, existía antes: antes del comienzo de las cosas, antes del universo, antes de todo. Él está antes del espacio y el tiempo. «En Él estaba la vida"» (Jn 1,4) antes de que apareciera la vida. San Juan lo llama Verbo es decir, Palabra. ¿Qué quiere decirnos? La Palabra sirve para comunicar: no se habla solo, se habla con alguien. Siempre se habla con alguien. Cuando vemos por la calle gente que habla sola, decimos: “A esta persona le pasa algo”. No: nosotros hablamos siempre con alguien. Así pues, el hecho de que Jesús sea desde el principio la Palabra significa que desde el principio Dios se quiere comunicar con nosotros, quiere hablarnos. El Hijo unigénito del Padre (cf. v. 14) quiere decirnos la belleza de ser hijos de Dios; es «la luz verdadera» (v. 9) y quiere alejarnos de las tinieblas del mal; es «la vida» (v. 4) que conoce nuestras vidas y quiere decirnos que las ama desde siempre. Nos ama a todos. Este es el mensaje maravilloso de hoy: Jesús es la Palabra, la Palabra eterna de Dios, que desde siempre piensa en nosotros y desea comunicar con nosotros. Y para hacerlo, fue más allá de las palabras. En efecto, el núcleo del Evangelio de hoy nos dice que la Palabra «se hizo carne y habitó entre nosotros» (v. 14). Se hizo carne: ¿por qué San Juan usa esta expresión, “carne”? ¿No podría haber dicho, de una manera más elegante, que se hizo hombre? No, usa la palabra carne porque indica nuestra condición humana en toda su debilidad, en toda su fragilidad. Nos dice que Dios se hizo fragilidad para tocar de cerca nuestras fragilidades. Por lo tanto, desde el momento en que el Señor se hizo carne, nada en nuestra vida le es ajeno. No hay nada que Él desdeñe; podemos compartir todo con Él, todo. Querido hermano, querida hermana, Dios se hizo carne para decirnos, decirte que te ama precisamente allí, que nos ama precisamente allí, en nuestras fragilidades, en tus fragilidades; precisamente allí donde nosotros más nos avergonzamos, donde más te avergüenzas. Es audaz: la decisión de Dios es audaz: se hizo carne precisamente allí, donde nosotros tantas veces nos avergonzamos; entra en nuestra vergüenza para hacerse hermano nuestro, para compartir el camino de la vida. Se hizo carne y no se volvió atrás. No asumió nuestra humanidad como un vestido, que se pone y se quita. No, nunca se separó de nuestra carne. Y jamás se separará de ella: ahora y por siempre está en el cielo con su cuerpo de carne humana. Se unió para siempre a nuestra humanidad; podríamos decir que la “desposó”. A mí me gusta pensar que cuando el Señor le reza al Padre por nosotros, no le habla solamente: le enseña las heridas de la carne, le enseña las llagas que ha sufrido por nosotros. Y este es Jesús: con su carne es el intercesor, quiso llevar también las señales del sufrimiento. Jesús, con su carne, está ante el Padre. El Evangelio dice, en efecto, que vino a habitar entre nosotros. No vino de visita y luego se fue, vino a habitar con nosotros, a estar con nosotros. ¿Qué desea entonces de nosotros? Desea una gran intimidad. Quiere que compartamos con Él alegrías y penas, deseos y temores, esperanzas y tristezas, personas y situaciones. Hagámoslo con confianza, abrámosle nuestro corazón, contémosle todo. Detengámonos en silencio ante el belén para saborear la ternura de Dios que se hizo cercano, que se hizo carne. Y sin miedo, invitémosle a nuestra casa, a nuestra familia, y también —cada uno las conoce bien— invitémosle a nuestras fragilidades. Invitémosle a que vea nuestras llagas. Vendrá y la vida cambiará. La Santa Madre de Dios, en quien el Verbo se hizo carne, nos ayude a acoger a Jesús, que llama a la puerta del corazón para vivir con nosotros.
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    13 mins

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