Episodios

  • El Big Data está transformando las reglas del juego y la experiencia deportiva.
    May 23 2025
    El Big Data está transformando las reglas del juego y la experiencia deportiva. —Durante siglos, el deporte se basó en la intuición. Entrenar consistía en repetir, resistir y sobrevivir. Pero en los últimos años ha cambiado algo. Ya no basta con correr más. Ni siquiera con ser más fuerte. Ahora, algo invisible domina la cancha. Algo que observa, calcula y decide. Se llama big data. —Detrás de cada jugada hay miles de datos. Posiciones, trayectorias, latidos, velocidad... Todo se mide. Todo se almacena. Todo se analiza. Lo que antes era la corazonada de un entrenador con experiencia, hoy es una proyección calculada al milímetro. Y en ese nuevo tablero, el jugador no está solo. Le acompañan sensores, cámaras y algoritmos. —En deportes como el baloncesto, la vieja escuela ha sido devorada por este monstruo de datos. Cada segundo del partido se convierte en información: desde el ángulo de lanzamiento de un jugador hasta la coordinación defensiva. Los entrenamientos ya no se diseñan en pizarras, sino en pantallas, con predicciones, métricas y simulaciones. Para capturar cada latido del juego, el deporte ha desplegado un arsenal tecnológico digno de una película de ciencia ficción. Cámaras de alta resolución siguen cada movimiento, desde el leve giro de tobillo de un base en la NBA hasta la posición exacta de un delantero antes del remate. Sensores biométricos integrados en chalecos, camisetas o wearables miden en tiempo real la frecuencia cardíaca, la presión arterial, la oxigenación y hasta el nivel de fatiga. Y en disciplinas como el ciclismo, las bicicletas se han transformado en verdaderas estaciones de análisis móviles, capaces de registrar vatios de potencia, ritmo y eficiencia de pedaleo, y de predecir el rendimiento futuro con una precisión inquietante. — Pero no solo eso. En los estadios y centros de entrenamiento más punteros, los drones sobrevuelan el campo y capturan ángulos imposibles, mientras la informática en la nube procesa millones de datos por segundo. Las inteligencias artificiales cruzan toda esa información para encontrar patrones invisibles al ojo humano. En cuestión de minutos, se pueden detectar desequilibrios físicos que ni el propio atleta percibe o diseñar estrategias personalizadas basadas en los puntos débiles de un rival. Es un espionaje legal, silencioso y cada vez más infalible. El deporte ya no se juega solo en el césped, también se libra en los servidores. —Pero no se trata solo de ganar. También de prevenir. El Big Data escanea la salud de los jugadores, anticipa lesiones antes de que ocurran y diseña programas de recuperación personalizados. Ya no es necesario esperar a que algo falle. El sistema lo ve venir. —Y va más allá. La experiencia del espectador también está siendo transformada. El aficionado ya no mira un partido, lo vive rodeado de estadísticas personalizadas, realidad aumentada y predicciones en directo. Es un espectáculo con guion de datos. José María Gallardo Flores, especialista en ciencia de datos aplicados al deporte, lo deja claro: el Big Data no es el futuro, es el presente. Y quien no lo entienda, quedará atrás. Según él, ya no basta con tener buenos jugadores, sino que hay que saber cómo usarlos. Y para eso, hay que saber interpretar los números. «Los equipos ya no se preparan únicamente para lo que ven. Se preparan para lo que los datos les dicen que va a suceder. Las decisiones ya no se toman con el corazón, sino con Excel. O, mejor dicho, con inteligencia artificial. Porque el Big Data no trabaja solo. Se apoya en el aprendizaje automático para prever resultados, adaptar tácticas e, incluso, detectar jóvenes talentos en categorías inferiores. —Aunque, eso sí, no todo es frío cálculo. Como señala Gallardo, la máquina no sustituye al ser humano. Solo le asiste. Las decisiones clave, las que se toman en el fragor del partido, siguen dependiendo del juicio humano. Al menos, por ahora. —¿Qué viene después? Una simbiosis aún más inquietante. Algoritmos que predicen con precisión el desgaste físico. Plataformas que diseñan entrenamientos personalizados en tiempo real. Y transmisiones deportivas en las que el espectador podrá elegir qué estadísticas ver, cómo y cuándo. —El deporte ya no es solo cuerpo. Son datos. Es estrategia. Es ciencia. Y es tecnología que nos observa, nos mide y nos supera. Así que, la próxima vez que veas un gol, una canasta o un sprint, recuerda que hay alguien detrás de ese momento glorioso. Recuerda que detrás de ese instante hay una nube. Una nube que lo ha calculado todo.
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  • Bennet Omalu y el escándalo de las terribles contusiones y encefalopatías traumáticas de la NFL
    May 22 2025
    Bennet Omalu y el escándalo de las terribles contusiones y encefalopatías traumáticas de la NFL — Cuando el doctor Bennet Omalu abrió el cráneo de Mike Webster, no solo estaba haciendo una autopsia. Estaba abriendo la puerta a una guerra. Una batalla solitaria contra una de las instituciones más poderosas de Estados Unidos: la NFL. Todo empezó con una imagen inquietante, un cerebro dañado más allá de lo imaginable. — Mike Webster no era un cualquiera. Era una leyenda del fútbol americano. Jugador estrella de los Pittsburgh Steelers, campeón de cuatro Super Bowls, miembro del Salón de la Fama. Pero murió con tan solo 50 años, tras años de sufrir problemas mentales. Vivía en una furgoneta, consumía solo dulces, oía voces, sufría depresiones, adicciones, y ataques autodestructivos. — Cuando su cadáver llegó a manos de Omalu, algo no cuadraba. El corazón de Webster falló, sí, pero su cerebro contaba otra historia. Omalu detectó signos de encefalopatía traumática crónica, una enfermedad degenerativa ya vista en boxeadores. Pero había algo más. Algo que no aparecía en los exámenes médicos convencionales. — Con su propio dinero, Omalu investigó a fondo. Descubrió que, en sus quince años de carrera, Webster había recibido el equivalente a 25.000 golpes leves en la cabeza. Daños similares a los del alzhéimer. La evidencia era clara. Y decidió publicarla. — El artículo apareció. Y ardió Troya. La NFL reaccionó con furia. Campañas de desprestigio. Burlas. Amenazas. “¿Quién es este médico africano?”, decían. “¿Quién lo financia? ¿Qué pretende?”. Incluso sus propios abogados le advirtieron: “Estás atacando al deporte más amado del país. Es como quemar la bandera nacional en pleno estadio”. — Pero Omalu no se echó atrás. Movido por el juramento hipocrático, montó un laboratorio en su casa y siguió investigando. Continuó analizando cerebros. Y los patrones se repetían. Los mismos daños, y las mismas historias. Jugadores muertos jóvenes, suicidios inexplicables, vidas destrozadas. Encontró 17 casos. Y en los 17, las mismas lesiones. — En 2006 volvió a publicar. Y la NFL volvió a negar la evidencia. Dijeron que esas lesiones solo se veían en boxeadores. Pero el muro empezó a resquebrajarse. Llegaron las demandas. Jugadores acusando a la liga de ocultar la verdad. Más de 4.500 exjugadores exigiendo justicia. — La ciencia se impuso. En 2009, la NFL tuvo que ceder. Reconocieron públicamente que los golpes en la cabeza podían causar encefalopatía traumática crónica. Aunque, eso sí, solo detectable tras la muerte. No antes. — Una cifra lo decía todo: de 111 cerebros de jugadores analizados post mortem, 110 presentaban signos de la enfermedad. — Y, aun así, el cambio es difícil. Prevenir estas lesiones implica modificar las reglas del juego. Penalizar ciertas jugadas. Cambiar los cascos. Pero muchos se resisten. “El fútbol americano es así”, dicen. “Nunca será un deporte para señoritas”. — Hoy Bennet Omalu es jefe de medicina forense en San Joaquín, California. Vive con su esposa y sus dos hijos. Tiene doble nacionalidad: nigeriana y estadounidense. Y su historia llegó al cine. Will Smith protagonizó la película titulada: La verdad oculta, en su traducción al español. Donde protagoniza la hazaña de este doctor. — Pero lo perturbador sigue latente. Porque cada partido, cada golpe, es una moneda al aire. Y mientras la industria factura millones, las mentes rotas de sus gladiadores siguen siendo el precio silencioso del espectáculo.
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  • El caso de la atleta intersexual Caster Semenya
    May 21 2025
    El caso de la atleta intersexual Caster Semenya — Berlín. Agosto de 2009. Una joven sudafricana de 18 años, Caster Semenya, revienta el cronómetro en los 800 metros: 1 minuto, 55 segundos y 45 centésimas. Gana con más de dos segundos de ventaja. Una hazaña... que solo tardó tres horas en convertirse en escándalo. — La prensa no hablaba de su oro. Hablaba de su cuerpo. Elisa Cusina, atleta italiana que quedó sexta, lo dijo sin pudor: “Para mí, ella no es una mujer. Caster es un hombre.” Así, sin pruebas. Sin matices. — La IAAF, el organismo que rige el atletismo mundial, abrió una investigación por dos motivos: la impresionante mejora de Semenya... y una entrada en un blog sudafricano que la calificaba de “hermafrodita”. Suficiente, al parecer, para iniciar una caza. — A Semenya la examinó una comisión médica: ginecólogo, endocrino, internista, psicólogo y un “experto en género”. Sus conclusiones no se hicieron públicas. Pero el periódico británico *The Daily Telegraph* filtró un supuesto informe: no tenía útero ni ovarios, y presentaba testículos internos. La IAAF nunca lo confirmó, pero tampoco lo negó. — Durante casi un año, Semenya fue sometida a un juicio público brutal. En julio de 2010, por fin, la IAAF concluyó que podía competir como mujer. No se hizo mención a lo que había sufrido. Solo se prometió “confidencialidad”. — Siguió corriendo. Y ganando. Hasta que, en 2018, la IAAF cambió las reglas. Fijó un límite de testosterona para competir en pruebas femeninas: 5 nanomoles por litro. Un nivel que Semenya superaba de forma natural. — Desde noviembre de 2018, cualquier atleta mujer que supere ese umbral debe seguir un tratamiento hormonal... o queda fuera. En otras palabras, debía modificar su alimentación o renunciar a competir. La medida fue retrasada por un recurso de Semenya, pero entró en vigor en marzo de 2019. — La historia de estas pruebas médicas es larga... y humillante. En 1966, las atletas tenían que desnudarse ante un jurado para “verificar” su sexo. Luego vinieron los análisis cromosómicos, los test de detección del gen SRY... y finalmente, una lógica difusa: “lo sé cuando lo veo”. Criterios médicos en apariencia... pero profundamente arbitrarios. — Basta con que alguien lo insinúe en un blog para iniciar un procedimiento. Así de fácil. Y mientras tanto, los hombres jamás han pasado por un proceso similar. — Hoy sabemos que entre los extremos binarios del sexo hay una “zona gris”. Personas que no encajan del todo en las categorías tradicionales. Según algunas estimaciones, un 1,7% de la población. Aunque podría ser más, porque muchas veces no se detecta… o no se quiere ver. — En esa zona gris se encuentra Semenya. Una atleta nacida mujer, criada como mujer, y que nunca se dopó. Pero con un cuerpo que no encaja en los estándares establecidos. Para algunas autoridades, eso basta para excluirla. — La IAAF se escudó en la ciencia. En 2017, publicó dos estudios. Uno concluía que las atletas tienen más testosterona que la media… pero no las comparaba entre ellas. El otro detectaba pequeñas diferencias en el rendimiento según el nivel hormonal: 1,7% en medio fondo, 2,9% en salto con pértiga… Pero en algunas pruebas, las de menos testosterona rendían mejor. — Ninguna alcanzaba el 10-12% de diferencia que separa en promedio a hombres y mujeres. Así que, ¿hay verdadera ventaja competitiva? Según varios científicos, no. Incluso aunque la hubiera, dicen, no sería injusta. — Peter Sönksen y su equipo lo dejaron claro: el principio fundamental del deporte debe ser la no discriminación. Y eso incluye también a las mujeres con cuerpos diferentes, no menos válidos. — Ninguna cultura divide a los sexos de forma absoluta. Ni la biología es moral, ni la naturaleza dicta reglas humanas. Lo que decidimos sobre quién puede competir... no es un dato científico. Es una construcción social. Y, en muchos casos, profundamente injusta.
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  • Llegan los Dinonegacionistas. Los que no creen que existieron los dinosaurios.
    May 20 2025
    Llegan los Dinonegacionistas. Los que no creen que existieron los dinosaurios. — A lo largo de la historia, las conspiraciones han tenido muchas formas. Algunas, extrañas. Otras, simplemente absurdas. Pero pocas son tan desconcertantes como esta: la idea de que los dinosaurios nunca existieron. — Según esta teoría, los fósiles que vemos en los museos... no son más que una invención. Una fabricación moderna para engañar a la humanidad y manipular su comprensión del pasado. Aunque parezca inverosímil, este relato ha ganado adeptos. Y no pocos. — Para entender cómo nace todo esto, hay que volver al siglo XIX. Fue entonces cuando empezaron los primeros hallazgos importantes de fósiles. En pleno auge de la ciencia y la exploración. Pero también en una época donde abundaban los errores, las exageraciones... y las reconstrucciones equivocadas. Como la del Iguanodon, por ejemplo, que se armó con pulgares en forma de cuernos. — Estas primeras pifias iniciales, junto con ciertas “inconsistencias” en los hallazgos posteriores, dieron pie a las dudas. Y con el tiempo, esas dudas se convirtieron en teorías. Teorías que apuntaban directamente a una conspiración científica a escala global. — Los defensores de esta idea aseguran que muchos de los fósiles más importantes fueron hallados en zonas de acceso restringido. O bajo el control de los gobiernos y las grandes instituciones. Afirman que los restos son solo fragmentos sueltos, fáciles de falsificar. Y que en los albores de la paleontología, cuando la tecnología era rudimentaria, se colaron demasiadas "evidencias" manipuladas. — Incluso señalan casos reales de fraude, como el del Archaeoraptor, aquel fósil mal ensamblado que engañó al mundo durante un tiempo. Para ellos, es una prueba suficiente de que todo el relato de los dinosaurios podría estar construido sobre una mentira. — Pero ¿por qué inventarse los dinosaurios? ¿Qué ganaría alguien con ello? — Algunas versiones hablan de un plan ideológico. Según éstas, las élites científicas habrían fabricado la historia de los dinosaurios para desacreditar las visiones religiosas y promover la teoría de la evolución. Otras versiones señalan un motivo más mundano: el dinero. Dicen que los museos y las universidades necesitaban algo espectacular para atraer fondos, visitantes y lograr la fama. Y nada mejor que las criaturas gigantescas y extintas para lograrlo. — Incluso hay quienes sostienen que todo forma parte de una estrategia de distracción. Algo pensado para desviar la atención de los misterios más profundos. Como las civilizaciones avanzadas desaparecidas. O las verdades incómodas sobre nuestro origen que estarían siendo silenciadas. — El libro *Dinosaurs: The Greatest Hoax*, de Mark Wallis, es uno de los pilares de esta corriente. Mezcla los datos, las teorías y las sospechas para construir un relato que desafía a décadas de ciencia. Y encuentra su eco, sobre todo, en dos grupos: los religiosos fundamentalistas y los pseudocientíficos. Unos, por motivos teológicos. Los otros, por puro escepticismo hacia todo lo establecido. — A pesar de lo que digan, la paleontología moderna dista mucho de ser un juego de niños. Cada fósil hallado se somete a análisis complejos. Se datan con las técnicas precisas. Se estudian en su contexto geológico. No se trata de huesos aleatorios... sino de piezas que encajan en un rompecabezas global, que lleva siglos formándose. — Pero las redes sociales han cambiado las reglas del juego. En plataformas como YouTube o Facebook, estos discursos conspiranoicos encuentran su terreno fértil. Se viralizan. Se repiten. Y logran sembrar dudas incluso entre quienes nunca se habrían cuestionado la existencia de los dinosaurios. — Esto ha tenido un impacto real. En algunos lugares, se ha presionado para eliminar la enseñanza de la evolución en las escuelas. Se argumenta que, si los dinosaurios son una farsa, tal vez todo lo demás también lo sea. — La psicología detrás de estas creencias es poderosa. Cuando el mundo parece incomprensible, muchas personas prefieren una historia alternativa. Algo que les devuelva el control, aunque sea a través de una ficción. — El negacionismo no es solo una opinión. Es un síntoma. Un reflejo del malestar con la ciencia, con las instituciones, con el mundo tal como es. Y también, una llamada de atención. Porque si dejamos que estas ideas se expandan sin respuesta, corremos el riesgo de perder mucho más que una discusión sobre los fósiles. Podríamos perder la verdad. Y con ella, el futuro.
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  • El primer órgano de piedra del mundo está en Novelda
    May 20 2025
    El primer órgano de piedra del mundo está en Novelda -Estamos escuchando el sonido del primer órgano de piedra del mundo. — En el corazón de Novelda, Alicante, ha nacido algo nunca visto. Un coloso musical forjado en piedra, tallado por el viento y la paciencia. El primer órgano del mundo hecho de rocas. Su creador: Iván Larrea Bellod. — Este escultor de sueños ha conseguido lo que parecía imposible: que las piedras canten. Que emitan voces humanas. Que lloren, giman, murmuren o estallen en armonías clásicas, barrocas o incluso rock sinfónico. Cada roca, una nota. Cada nota, un misterio arrancado a la Tierra. — Larrea no extrae sonido al azar. No basta con vaciar una piedra y esperar un milagro. Él selecciona cuidadosamente cada roca, en función del tono que busca. Luego la perfora, la esculpe por dentro sin alterar su forma exterior. Con precisión milimétrica. Como un cirujano de la Naturaleza. Usa técnicas ancestrales de cantería, combinadas con tecnología de vanguardia: herramientas adiamantadas, refrigeración con agua, cálculos logarítmicos para ajustar la longitud de onda. No hay margen de error. Si una sola medida falla, no suena nada. — Para fijar el labio inferior, la parte esencial que produce el tono, no ha usado clavos ni tornillos. Son rocas pesadas. Las sostiene con su propio peso, tallando una ménsula interior. Ingenioso. Es solo una de las múltiples innovaciones que ha desarrollado tras casi cuarenta años moldeando el silencio de la piedra. — Hasta ahora ha creado 54 rocas-sonido. Cada una corresponde a un tubo del registro tapado de un órgano, llamado “violón”. Él lo ha rebautizado como “cueva profundis”. Es el más idóneo para imitar la voz humana, por su riqueza armónica. Y sí, el efecto estremece. — Pero esto no se detiene aquí. Larrea ya trabaja en ampliar el órgano con registros más graves y más agudos: la Octava, la Quincena, la Decena… Su intención es construir una montaña sinfónica completa. Infinitamente ampliable. Un paisaje sonoro. — Esta obra no es solo un instrumento musical. Es una escultura viva. Modular, adaptable. Puede instalarse en cuevas, jardines, patios, templos, museos… incluso bajo una cúpula o en una catedral. El viento la activa. Y entonces suena. Como si la montaña respondiera a quien la visita. — En el futuro, este órgano de piedra será también interactivo. Con la ayuda de la inteligencia artificial, responderá a preguntas humanas con sonidos naturales, sin altavoces. Larrea ha desarrollado un sistema para traducir palabras en partituras que las rocas interpretan con voz mineral. Pura alquimia sonora. — Pero ¿de dónde viene esta idea? De una vida en diálogo con la Naturaleza. Larrea ha observado durante años las formaciones geológicas llamadas “órganos”: los basálticos de Islandia, las cuevas de estalactitas que parecen tubos, los riscos de Montserrat, Despeñaperros, La Gomera o el Cabo de Gata. Admiraba su forma… y soñaba con su sonido. — Su primer tubo de órgano-roca lo esculpió en 1994, como un regalo para su esposa. Aquel gesto fue el inicio de un proyecto monumental, que ha madurado durante décadas, alimentado por la intuición, la técnica y la persistencia. — Hoy, ese sueño toma forma en “El sonido de la piedra”, su taller-museo visitable. Un espacio donde la música brota de los riscos, y las piedras. Nos susurran desde lo profundo. Y nos recuerdan que el arte, cuando nace del alma, puede convertir hasta la materia más dura… en pura emoción. Disfrutad de esta maravilla en la localidad de Novelda.
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  • Batallas con la comida y carreras de quesos y caracoles
    May 19 2025
    Batallas con la comida y carreras de quesos y caracoles — Dicen que con la comida no se juega. Pero hay lugares en los que esa regla se rompe... y a lo grande. Bienvenidos a las fiestas más absurdas, divertidas y, a veces, aterradoras, donde los alimentos dejan de estar en los platos para rodar por calles empinadas, surcar el aire como proyectiles o deslizarse a ritmo de caracol. No se trata de recetas, sino de rituales, catarsis colectivas y tradiciones que llevan siglos enfrentándose al sentido común. — En Novara di Sicilia, un pueblo diminuto del norte de Italia, la velocidad se mide en kilos de queso. Desde hace más de 400 años, en pleno carnaval, los habitantes lanzan quesos cuesta abajo por las calles del pueblo. Cada uno pesa más de 10 kilos. Se atan con cuerdas, se les hace girar con fuerza y dejan que la gravedad haga el resto. El trayecto es traicionero: baches, piedras y bordillos lo convierten en una carrera salvaje en la que cualquier despiste puede terminar en desastre... o con el queso reventado. Pero no importa. Porque al final, se ralla, se sirve con macarrones, y todo el pueblo lo celebra. Es una mezcla de destreza, azar y tradición. Porque aquí, lanzar un queso es rendir homenaje a una historia. — En Tricio, un pueblo de La Rioja, los caracoles llevan una carga. Literalmente. Cada 24 de agosto se celebran las carreras más lentas del mundo. Los caracoles compiten con una lata de conservas de 250 gramos atada al caparazón. El récord lo ostenta *Velociraptor*, un campeón que arrastró una lata de espárragos 12,2 centímetros. Sí, has oído bien. El origen de esta excentricidad no está del todo claro: algunos culpan a un veraneante vasco, otros al mítico *Tío Chito*, una especie de leyenda local capaz de organizar una carrera de moluscos y cantar saetas. Sea como fuere, hoy es una cita ineludible, acompañada, por supuesto, de caracoles guisados con panceta y guindillas. Y aunque la polémica por maltrato animal ha aparecido en los últimos años, la tradición, de momento, sigue viva. — Pero si hablamos de alimentos convertidos en proyectiles, Buñol se lleva la palma. La Tomatina empezó en 1945 por culpa de una pelea callejera. Lo que empezó como un accidente acabó transformado en una batalla organizada. Tomates contra todo. Hoy, cada último miércoles de agosto, 22.000 personas se lanzan más de 150 toneladas de tomates por las calles del municipio valenciano. El suelo se tiñe de rojo, las fachadas se cubren, los ojos escuecen. Y, sin embargo, nadie quiere perdérselo. Es un caos controlado, una batalla jugosa, un ritual de desahogo. — En Ivrea, Italia, van un paso más allá. Aquí no se lanzan tomates, se lanzan naranjas. Y muchas más. En tres días de locura cítrica, vuelan hasta 900 toneladas de fruta. La batalla de las naranjas recrea una revuelta medieval contra un señor feudal. Pero lo que empezó como una representación histórica ha mutado en una guerra sin tregua. Moratones, esguinces, golpes... y un paisaje cubierto de pulpa, pieles y zumo. Federico Kukso, en su libro *Frutologías*, lo describe como un momento de conexión profunda. De comunidad. De comunión violenta y pegajosa. Aquí, cada naranja lanzada no representa solo un ataque, sino la cabeza simbólica de un tirano. — Y si todo esto te parece una exageración del presente... retrocedamos un poco. En el siglo XIX, en Uruguay, los carnavales también eran un campo de batalla. Según el historiador José Pedro Barrán, la euforia se desataba a golpe de agua, harina, huevos y frutas. Se arrojaban garbanzos, zanahorias, sardinas y lo que hubiera a mano. La diversión se cobraba su precio: heridas en los ojos, brazos rotos, enfermedades. Pero la alegría, decía Barrán, alcanzaba su clímax en ese combate pactado donde lo brutal se volvía festivo. Era el permiso anual para perder el control. En Vilanova i la Geltrú, la batalla es dulce y pegajosa. Desde 1972, la Merengada convierte el carnaval en una guerra de claras de huevo y azúcar. Todo empezó en una pastelería local cuando un enorme merengue fue exhibido como reclamo. Los niños pidieron un poco, la fiesta saltó a la calle y así nació la tradición. Hoy, ese merengue gigante de cuarenta kilos se saca a la plaza como si fuera una piñata, y los participantes disparan más merengue con mangas pasteleras. Un caos delicioso que une a la comunidad con risas, azúcar y un pegamento social muy literal. — Comida que rueda, que vuela, que golpea. Comida que no se come. ¿Qué sentido tiene todo esto? En cada carrera de queso o en cada naranja que impacta en una sien hay algo más que un juego: hay memoria, identidad, catarsis. Hay pueblos enteros que se reconocen en ese instante absurdo y mágico donde se suspende la lógica.
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  • La batalla de los músicos en Reino Unido contra la voraz máquina devoradora de derechos, la IA. Una canción desangelada.
    May 18 2025
    La batalla de los músicos en Reino Unido contra la voraz máquina devoradora de derechos, la IA. Una canción desangelada. — Todo comenzó con una frase sencilla. El productor Giles Martin, hijo del mítico productor de los Beatles, recordó cómo Paul McCartney, al componer Yesterday, solo pensó en grabarla, no en protegerla de los ladrones. Pero hoy, esa inocencia ha desaparecido. McCartney, junto a Dua Lipa, Ian McKellen, Elton John y cientos de artistas, ha firmado una carta que exige a las empresas de inteligencia artificial desvelar qué obras protegidas han utilizado para entrenar sus modelos. La preocupación es real: el arte se está convirtiendo en combustible para una maquinaria que no pide permiso. — Esta disputa es la punta del iceberg de una guerra abierta entre la industria creativa y los gigantes tecnológicos. El detonante fue una polémica propuesta del gobierno británico que permitiría a las empresas de IA usar obras con derechos sin autorización previa. Eso sí, con una trampa: quien no quiera participar debe excluirse voluntariamente. Un proceso difuso, que para los artistas es, simplemente, injusto. — En respuesta, los creadores respaldan una enmienda al Proyecto de Ley de Datos. Exigen transparencia y, sobre todo, compensaciones económicas. Defienden que su trabajo es vital, no solo para la cultura, sino también para el desarrollo económico del Reino Unido en la cadena global de la IA. No quieren ver cómo su esfuerzo se regala a un puñado de grandes corporaciones extranjeras. — La carta reúne a más de 400 firmantes: desde Kazuo Ishiguro hasta Coldplay, pasando por Kate Bush, Robbie Williams y entidades como el Teatro Nacional y la Asociación de Medios. Su mensaje es contundente: somos generadores de riqueza, narradores de las historias nacionales, innovadores del futuro. La IA nos necesita tanto como la energía o la capacidad informática. Sin nuestros contenidos, no hay progreso. — El problema va más allá del Reino Unido. Es global. La IA generativa, esa que hace posible chatbots como ChatGPT o aplicaciones musicales como Suno, necesita devorar cantidades ingentes de datos. Durante años, internet ha sido un festín inagotable: Wikipedia, Reddit, vídeos, artículos. Pero la despensa se está vaciando. Un informe advierte que en 2026 no quedarán datos útiles en la red. — Ante esta escasez, los gigantes tecnológicos buscan nuevos caladeros. Google Books ya ha digitalizado entre 10 y 30 millones de libros. Un manjar para sus algoritmos. Pero hasta ese inmenso archivo ha sido exprimido. La carrera es frenética: quien capture más datos, más rápido, gana. Música, vídeos, prensa, incluso bases de datos gubernamentales. Todo vale. — Algunas empresas, como OpenAI, Google y Meta, han optado por caminos oscuros. Se saltaron las normas de propiedad intelectual y ya se enfrentan a demandas de titanes como The New York Times o Getty Images. Hubo incluso quien barajó comprar editoriales enteras solo por su catálogo. O contratar mano de obra en África para resumir libros sin infringir derechos. Todo por no pagar licencias. — Ahmad Al-Dahle, vicepresidente de IA en Meta, lo admitió sin tapujos: si no accedían a más datos, no podrían competir con ChatGPT. La presión por alimentar a la bestia tecnológica es brutal. Tan brutal que ya se plantean crear redes de startups especializadas en recolectar datos de cualquier rincón. — En 2024, la revuelta se extendió a España y América Latina. Más de 200 músicos —Raphael, Luis Fonsi, Juanes, Lola Índigo— firmaron otra carta denunciando el impacto de la IA en la creación musical. OpenAI, por su parte, defiende su método: dicen que no copian, solo aprenden patrones, estilos, estructuras. Transforman el contenido en conocimiento general. Pero… ¿a qué precio? — Esta batalla está lejos de acabar. Lo que comenzó como una simple canción de amor, ahora es el corazón de un conflicto global por los derechos, la cultura y el futuro de la creatividad. Y como en toda guerra, la línea entre la inspiración y el expolio se vuelve cada vez más difusa.
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  • Pierre Brassau el chimpancé que pintaba cuadros y engañó al mundo del arte
    May 17 2025
    Pierre Brassau el chimpancé que pintaba cuadros y engañó al mundo del arte — En 1964, una galería de arte en Gotemburgo, Suecia, acogía una exposición prometedora. Entre obras de artistas emergentes de toda Europa, destacaban cuatro cuadros firmados por un supuesto pintor francés llamado Pierre Brassau. Nadie lo conocía, pero todo el mundo hablaba de él. — Críticos, periodistas y entendidos quedaron fascinados. Algunos describieron sus pinceladas como la danza de una bailarina, con fuerza, precisión y una sensibilidad desbordante. Un crítico, en especial, afirmaba que sus trazos tenían una “meticulosidad furiosa”. El entusiasmo fue inmediato. Brassau se convirtió, de la noche a la mañana, en la revelación de la avant-garde. — Pero lo que nadie sabía es que Pierre Brassau… no existía. En realidad, era un chimpancé. Sí, un mono llamado Peter, de apenas cuatro años, encerrado en un zoo sueco. Y lo más increíble: había pintado al óleo, mientras se comía un racimo de plátanos con la otra mano. — La broma fue ideada por el periodista Åke Axelsson. Él, solo quería comprobar, hasta qué punto, los críticos eran capaces de distinguir entre el arte moderno… y unas simples manchas hechas por un simio. Su experimento estaba claro: poner a prueba la credibilidad del mundo del arte, y sobre todo, su soberbia. — Peter, al principio, se comía la pintura. El azul cobalto, para ser exactos. Pero pronto empezó a garabatear en los lienzos. Lo hacía con entusiasmo, y según Axelsson, con momentos de aparente "creatividad". De toda su producción, se eligieron las cuatro obras más “prometedoras”. Las llevaron a la galería… y el resto fue historia. — La revelación llegó días después. La identidad de Pierre Brassau salió a la luz. El escándalo fue inmediato. Pero lo más desconcertante no fue la reacción de los críticos al descubrir la verdad. Lo más inquietante fue que, incluso sabiendo que el autor era un mono, uno de ellos —el mismo que lo había elogiado— se reafirmó: para él, seguía siendo la mejor obra de la exposición. — Uno de los cuadros, incluso, fue vendido por 90 dólares de la época. Hoy serían unos 500. Peter volvió al zoo sin saber que, durante unos días, fue una estrella del arte contemporáneo. Si tener ni idea de que había puesto en evidencia a un sistema entero. — El experimento de Axelsson fue más que una broma. Fue un espejo incómodo que reflejaba la vanidad y la burbuja que rodean al arte moderno. Porque, en el fondo, quizá no sepamos distinguir entre la genialidad… y una simple tomadura de pelo. O una monada.
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